HIMNO AL SOL


Himno al Sol



En los yermos del mar, donde habitas, 

Alza ¡oh Musa! tu voz elocuente: 

Lo infinito circunda tu frente, 

Lo infinito sostiene tus pies. 

Ven: al bronco rugir de las ondas 

Une acento tan fiero y sublime, 

Que mi pecho entibiado reanime, 

Y mi frente ilumine otra vez. 

 

 

Las estrellas en torno se apagan, 

Se colora de rosa el oriente, 

Y la sombra se acoge a occidente 

Y a las nubes lejanas del sur: 

Y del este en el vago horizonte, 

Que confuso mostrábase y denso, 

Se alza pórtico espléndido, inmenso, 

De oro, púrpura, fuego y azul. 

 

 

¡Vedle ya...! Cual gigante imperioso 

Alza el Sol su cabeza encendida... 

¡Salve, padre de luz y de vida, 

Centro eterno de fuerza y calor! 

¡Cómo lucen las olas serenas 

De tu ardiente fulgor inundadas! 

¡Cuál sonriendo las velas doradas 

Tu venida saludan, oh Sol! 

 

 

De la vida eres padre: tu fuego 

Poderoso renueva este mundo: 

Aun del mar el abismo profundo 

Mueve, agita, serena tu ardor. 

Al brillar la feliz primavera, 

Dulce vida recobran los pechos. 

Y en dichosa ternura deshechos 

Reconocen la magia de amor. 

 

 

Tuyas son las llanuras: tu fuego 

De verdura las viste y de flores, 

Y sus brisas y blandos olores 

Feudo son a tu noble poder. 

Aun el mar te obedece: sus campos 

Abandona huracán inclemente, 

Cuando en ellos reluce tu frente, 

Y la calma se mira volver. 

 

 

Tuyas son las montañas altivas, 

Que saludan tu brillo primero, 

Y en la tarde tu rayo postrero 

Las corona de bello fulgor. 

Tuyas son las cavernas profundas, 

De la tierra insondable tesoro, 

Y en su seno el diamante y el oro 

Reconcentran tu plácido ardor. 

 

 

Aun la mente obedece tu imperio, 

Y al poeta tus rayos animan; 

Su entusiasmo celeste subliman, 

Y le ciñen eterno laurel. 

Cuando el éter dominas, y al mundo 

Con calor vivificas intenso, 

Que a mi seno desciendes yo pienso, 

Y alto numen despiertas en él. 

 

 

¡Sol! Mis votos humildes y puros 

De tu luz en las alas envía 

Al Autor de tu vida y la mía 

Al Señor de los cielos y el mar. 

Alma eterna, do quiera respira, 

Y velado en tu fuego le adoro: 

Si yo mismo ¡mezquino! me ignoro, 

¿Cómo puedo su esencia explicar? 

 

 

A su inmensa grandeza me humillo: 

Sé que vive, que reina y me ama, 

Y su aliento divino me inflama 

De justicia y virtud en amor. 

¡Ah! si acaso pudieron un día 

Vacilar de mi fe los cimientos, 

Fue al mirar sus altares sangrientos 

Circundados por crimen y error.


(Jose Maria Heredia)