LA ELECTRÓNICA DE LAS ESFERAS


La electrónica de las esferas

Las crisis de fe sólo pueden solucionarse con más fe. Después de la decepción
ocasionada por su incursión en compañía de los Frog Legs o los
Toc-Toc, Héctor vive un destino aparentemente despojado de toda
significación. Se siente arrastrado por un determinismo que destruye
con su arbitrariedad la ilusión terrígena que había soñado:
utilizar el potencial de esos descarriados para iniciar su propia
cruzada contra los usurpadores de la soberbia. Habrá de experimentar
que, en ese determinismo de su fracaso, está presente la
contradicción: por momentos, un dato sobrenatural, un factor
eterno, de otro lado algo aleatorio que parece azar desnudo. Es la
penumbra de su fe en el más allá.

Refugiado en sus lecturas se propuso desvelar el misterio de la acción en el mundo
desde el punto de vista humano. La economía, la historia, la
psicología, la sociología, el arte, las matemáticas y sobre todo
las novelas enseñan a conocer la vida social. Todos los tratados de
teología, de ética y de esoterismo no ilustran más que La comedia
humana de Balzac sobre la forma de actuar de las mujeres y de los
hombres en un tiempo determinado. Debía investigar de manera
intensa, pero además profundizar en el arte de la astucia, de la
sorpresa, de la intuición ofensiva que guía las acciones en un
mundo cuyos países desarrollados salían ya de la post industrialización. Para
ello no le parecían suficientes las lecciones de la antigüedad; ni
siquiera los cuadros descriptivos de los primeros tiempos del
capitalismo, tan genialmente re¬tratados por el mismo Balzac. No.
Necesitaba algo vivo, algo descriptivo de la psicología, de la
praxis propia del fin de la modernidad. Y después de mucho meditar
escogió una actividad que, en su particular opinión, representa la
mentalidad de las gentes en unos tiempos de predominio tecnológico:
el fútbol.

Concurriría de nuevo al viejo estadio de Libaré, donde fue estrella en las
juveniles como guardameta. Porque la virtud imaginativa del fútbol
le parecía apasionante. Es un juego planificable, lo que no excluye
la sorpresa intuitiva. El determinismo de las causas segundas puede
investigarse en el fútbol, experimentarse. Lo propio del actuar
colectivo le es necesario, pero brilla la parte individual. Pelé era
poco sin el Santos, el Santos era poquísimo sin Pelé. Los mejores
sistemas pueden ser desquiciados por genialidades individuales...
Todo intento ofensivo debe ser contenido, para después contragolpear
¡La maniobra favorita de Héctor!

Cualquier ventaja inicial es aparente. De la defensa, utilizando la astucia, salen los
mejores movimientos de construcción. Mientras se tengan energías
testiculares y no se trate de jugadores aburguesados, nadie sabe
cómo ter¬minará ningún partido hasta los últimos momentos:
recordemos el cuatro a cuatro de Colombia contra Rusia, en el
mundial de Chile, en el 62.

Fútbol y vida son aleatorios. Se pueden calcular fríamente, mas no siempre se
gana. Héctor encontró un vecino suyo, bastante mayor, que se
ofreció a explicarle las nuevas tácticas del juego. Una sonrisita
indígena y despectiva era su único defecto; algo demasiado
insignificante para rechazar los servicios del Rolo René, como
afectuosamente le llamaban.

La fe ingenua en el fútbol atenuó su decepción, puesto que al principio de su vida
pública se creyó a la cabeza de los ejércitos restauradores de la
luz, sembrando el terror entre los hipócritas e imponiendo el
sagrado equilibrio entre el bien y el mal, la gloria de lo eterno y
abscóndito

Cierta noche fue abordado en plena avenida de Circunvalación por un Renault 4
desvencijado, conducido por una rubia que lucía unas gafas que le
parecieron contraindica¬das para su edad madura, acompañada de
René, con su petulancia. Muy amablemente le ofrecieron un aventón,
invitándolo a tomar una gaseosa o una cerveza, si no es molestia, en
la fuente de soda, Hawai, esquinera.

No se puede rechazar el destino, aunque sea modesto o aparente serlo. Héctor lo
tenía bien aprendido, por lo tan¬to no mostró sorpresa cuando el
cochecito torció su ruta y aceleró alejándose del barrio
Providencia por la avenida Sur. Tampoco se inmutó cuando le
colocaron sobre la nuca un objeto frío y alguien le ordenó
permanecer tranquilo: por seguridad, iban a vendarlo. Cuatro horas
después columbró, por el calor infernal y los ruidos selváticos,
que estarían por los lados de Pueblo Rico, hacia el occidente
chocoano. Asumió la cuestión por el lado guerrillo por las
características del golpe.

Una carcajada conocida lo tranquilizó pronto y un brazo, impedido por los arreos
del morral y por bultos a la altura de la tetilla izquierda que no
serían sino granadas, lo envolvió, mientras el otro acabó de
asfixiarlo en conjunción con un hálito tabacoso. Todo entre el
utillaje de un AK-47, el famoso Avtomat Kalashnikova, rifle soviético
de asalto que dejó tendido entre los pantanos vietnamitas al Colt
M-16 gringo.

En las sombras pudo identificar un vozarrón parecido al de Iván: un compañero de
adolescencia, equipo Leoncitos, campeón local, primera B,
Difútbol, ese ex delante¬ro que los noticieros de televisión
señalaban como jefe de una columna del M-19, publicitada y rebelde
organización formada por una mezcla de partidarios del general Rojas
Pinilla, cristianos, marxistas heterodoxos y hasta gente decente.

Todo resultaba entonces bastante mejor. Muy probable-mente querían enviar un
mensaje y lo habían escogido. Su-cede con frecuencia, según los
noticieros de la televisión. Recordó que lo principal es mantener
la calma; peores cosas se han previsto en el seno del huevo
original. Iván, su vecino y compañero de juegos en la juventud, era
el intelectual del grupo.
Ingeniero electrónico, se afirmaba que había trabajado para la IBM,
durante su época de postgrado en Estados Unidos; un especialista en
ordenadores satelitales que utilizando tecnología de punta había
logrado acceder a los sistemas computarizados del Banco de la Nación
para transferir trece y medio millones de dólares a las cuentas que
su grupo tenía en Suiza. El mayor golpe electrónico de la historia
de Colombia.

En medios de la inteligencia militar se sabía que logró penetrar, con un
sofisticado programa uno de los satélites que la CIA utilizaba para
vigilar territorios sospechosos en Latinoamérica, perfeccionamientos
de aquel con el cual localizaron al Che Guevara en las montañas de
Bolivia. Los  gringos de la novelesca agencia comparten la información de sus satélites con
aliados locales cuando les conviene, tal como sucedió cuando la toma
de la embajada japonesa de Lima por el MRTA. Allí unos guerrilleros
fueron masacra¬dos en acción televisada para todo el mundo.
Resultado del satélite termodinámico de la CIA. En realidad los
discípulos del Túpac Amaru no tenían ninguna opción: el calor
de sus cuerpos fue detectado a través de los techos y enviado a una
pantalla de la central gringa, donde los observaron como proyecciones
de color azul. Las fuerzas de Fujimori cavaron túneles bajo el
edificio y como por el mismo satélite conocían la hora en que se
concentraban para jugar un rutinario partido de fútbol en la sala de
la embajada, les detonaron una bombita subterránea cuando el aparato
verificó, una vez más, su localización exacta.

Eso de mantener casi todo el equipo sobre la puerta donde se puede concentrar el
adversario permite el rebote aéreo, el contragolpe que sorprende y
define el partido. Los guerrilleritos peruanos quizás jugaron así
por ser hinchas del Alianza, equipo de barriada limeña de La
Victoria... donde sólo recordaron cómo circular bien con la
esférica cuando un entrenador colombiano, Pinto, los hizo campeones
después de dieciocho años de ayuno exigiéndoles que llevaran
nuevamente la bola pegada al botín y levantando la cabeza, como en
los tiempos de Barbadillo, Valeriano López y Vides Mosquera, la
Aplanadora Negra peruana que jugó en el Deportivo Cali, allá por
los años cincuenta. Así lo narró Juan
Cuello, un pintor de Barrancos que andaba refugiado en Pereira,
huyendo tanto de los esbirros oficiales como de los dinamiteros del
"presidente Gonzalo".

Iván necesitaba comunicación con sus padres, por medio de alguien que no fuera de
las propias tropas, por aquello de los infiltrados de siempre. Los
apacibles viejecillos, exiliados en Providencia desde los tiempos
violentos de los años cincuenta, debían permanecer al margen de
cualquier enemigo. El comandante y ex futbolista le entregó un
computador personal y una antena parecida a las de uso corriente
para la televisión pero susceptible de captar señales emitidas por
medio de un programa que en aquella época era único en estas
tierras. Pretendía mantener comunicación con Héctor,
conectándose satelitalmente para intercambiar mensajes a cualquier
hora del día o de la noche, mediante un juego que narraba cierto
partido de fútbol efectuado durante la Segunda Guerra Mundial, entre
dos equipos de un campo de concentración alemán: el equipo de los
prisioneros, con Pelé, contra los guardias de las SS.

Jugando contra los prisioneros, Héctor debía colaborar con Iván emitiendo o
recibiendo sólo tres mensajes: un autogol inicial, permitido por él,
significaba algún peligro para los ancianos. Si Iván era herido, el
partido llegaría a su movimiento 15 con el rey Pelé lesionado. La
muerte de Iván sería la expulsión del mismo Pelé, en el primer
tiempo. Idea que salió de un cuento de Borges, el escritor
preferido de Iván: ese gran burgués que soñaba a jugar que otros
jugaban, serviría a la revolución. Toda una variante ejecutada
sobre un cuento del argentino, que era variante de otro cuento, que a
su vez era variante de otro cuento y así sucesivamente... Magia de
la literatura, donde piezas idénticas permiten un número infinito
de opciones a diferentes manos.

No le pedían más para no comprometerlo ni enredar a los padres de Iván. No estaban
seguros de sus ideas políticas y lo habían escogido muy
claramente por ser de familia conservadora. De derechas, si los
partidos políticos colombianos pudieran clasificarse con
remoquetes europeos, algo que en el viejo continente nunca han
comprendido sobre la tragedia colombiana.

Decepcionado por otras empresas profanas, tuvo agallas para manifestarles que su
colaboración tendría un carácter humanitario. Tenía sus dudas
sobre si comprometerse era algo implícitamente antiesotérico,
pues, aunque oyó decir que Fidel Castro nunca prohibió formalmente
a los francmasones, en otros países socialistas perseguían a todos
los esotéricos por considerarlos despreciables charlatanes o
espías.

Además, Héctor no se consideraba un ausente de la esfera de política. A la luz de
sus estudios de filosofía y esoterismo entendió que la posición
intelectual de cada individuo se vive inicialmente como una fe que
comparte con su entorno. En el caso de su familia, muy católica,
todas las explicaciones se basaban en relatos contenidos en los
libritos de historia sagrada usados para la enseñanza religiosa en
las escuelas, porque antes del Concilio Vaticano II ni siquiera
podían leer la Biblia. La gran fractura se produjo cuando su fe
católica colisionó con la realidad y él enfrentó otras
concepciones del mundo que evidenciaron su insuficiencia. Tuvo la
primera y más grande desilusión cuando, a los nueve años, se
atrevió a expresar al cura en¬cargado de cristianizar a los niños
de la parroquia del barrio Providencia su máxima duda:

Si Dios es bueno y todopoderoso, ¿de dónde salió el mal?


La respuesta no le pareció satisfactoria, pero se cuidó de insistir: ante todo no
debía dárselas de sabiondo. Eso era parte de un misterio que no
pueden entender los humanos. Pero había cierta explicación:

- Dios permite el mal porque en muchas ocasiones de él puede sacar el bien!

El desarrollo de su conciencia crítica, la acción intelectual por excelencia, tuvo
lugar al contacto con los libros y por algunos reflejos de ese mar de
teorías que bulle en las universidades. Llegó a entender que en
últimas la filosofía es la historia en acto, o sea la vida misma.
Encontró que la salvación en otra vida, ese bien supremo que se
predica a las multitudes, en la práctica conduce de muchas maneras a
justificar el sufrimiento en esta vida.
Concluyó además que el capital es un producto huma-no, es una cosa cuyos adoradores
adornan con propuestas morales religiosas o políticas, pero en
realidad forma par¬te del desenvolvimiento de esa materia prima que,
según Schelling, proviene del lado oscuro de Dios. Y observó que el
marxismo considera el mal como asunto de clase: Suprimiendo la
explotación, el "mal social" desaparecería; en cuanto al
llamado "mal individual", sería objeto de férreas
correcciones durante la dictadura del proletariado ¡Puro
cientificismo!

Porque el capitalismo que Marx describió no existe ya en los países
desarrollados para los cuales el barbudo escribió su famoso libro;
en Inglaterra, Alemania y otras naciones europeas, la situación ha
mejorado tanto que la antigua clase proletaria no es mayoría. Y
ninguna revolución en países atrasados ha logrado algo parecido a
lo obtenido por el reformismo en esas tierras, aun sacrificando
varias generaciones. De eso daban fe el levantamiento de los obreros
polacos y el lento paso de la miseria a la simple pobreza del obrero
o del campesino en China o en Cuba.

Claro que atribuir la causa principal del sufrimiento humano a la acción de
un mítico señor de los infiernos, como hacían todas las
religiones, era una maniobra de simulación. ¡La suprema
hipocresía!

Aunque en Colombia las condiciones de explotación son enormes, vacilaba al
buscar una justificación a la carga de nuevas penalidades que
implicaría (en un país tan desangrado como Colombia) una revuelta
"con el pueblo, por las armas, al poder", tal como rezaba
la propaganda del M-19.

El ideal que encontró en los revolucionarios armados es¬taba lejos de su
percepción de las opciones políticas. En su opinión, en Colombia
el establecimiento ha usado el poder de manera violenta (y no sólo
el poder del Estado), pero es posible deslegitimar masivamente a los
autores de esa violencia movilizando la multitud... tal como hicieron
los peronistas y sus aliados después de la dictadura militar
argentina; los socialistas y demócratas cristianos chilenos después
de Pinochet; la socialdemocracia, el Partido de los Trabajadores brasileños y hasta
los partidos tradicionales después de la dictadura militar. En esos
países la multitud presionó políticamente, derribó los
totalitarismos y después votó por caminos no violentos. Con una
conducción política adecuada y paciente, hasta eligieron gobiernos
de izquierda. Allí la solución política no fue determinada por los
grupos guerrilleros y menos por sus oponentes paramilitares.

Héctor concluía con sus amigos del café Anarkos, allá en la calle 18,  que no existen
organizaciones permanentes y aptas para interpretar nuestras
propias condiciones de dominación, elaborar la teoría y trazar los
cursos de acción: sólo así se explica que la única defensa
ideológica del establecimiento, durante décadas, haya consistido
en reconocer que la distribución de la riqueza es injusta, y. que
ello se debe a que no "hemos encontrado el modelo económico".

En realidad él creía que no hemos desarrollado la conciencia crítica hasta el
punto de tener esa masa de intelectuales necesaria para formular la
teoría, entre otras razones porque la dirigencia seduce fácilmente
a los pocos intelectuales críticos que aparecen; tampoco hemos
producido nuevos lideres para conducir la política de la multitud
(es posible que deba agotarse antes la opción violenta). Ante tales
carencias y sin una visión científica de conjunto, el espacio para
la acción fue llenado por la tentación de la violencia.

La tenacidad con que ciertos grupos practican la acción armada como principal o único
medio de lucha le pareció un sacrificio cruel y más romántico que
científico, tipo Che Guevara.

El muy erudito Miguel solía citar a Gramsci para afirmar que la insistencia en el
elemento práctica significa que se atraviesa una fase histórica
relativamente primitiva, lo cual lleva a ciertos círculos a
construir un discurso para sus-pender la oposición clásica entre el
ser y el deber, entre lo ideal y lo ético: el ideal ético de grupos
como el M-19 se basa en un conocimiento objetivo y desinteresado de
las condiciones de explotación. Esto abre las puertas para aplicar la fuerza en nombre
de de la necesidad histórica y actuar en forma tal que se descartan
elementales normas de trato humano.

Después de agudas discusiones, los del Anarkos concluían que en los actuales
tiempos históricos una teoría correcta ¡no debería reemplazar la
política por la acción violenta para legitimarse!

El pacto de Héctor con el jefe de columna del M-19 no fue, pues, firmado con
sangre... porque ésta no era aceptable para el mago.

Con el tiempo advirtió que el juego era en realidad inofensivo. Si lo atrapaban,
podría verificar que estaba en-cargado de comunicar novedades al
comandante sobre la salud de sus ancianos padres. Y a éstos, de
algún percance que acaeciera a su inquieto hijo. Ninguna de estas
actividades estaba considerada como delito político, y menos como
delito común, según consulta que sin mencionar nombres y de de
manera discreta realizó al doctor Joaquín, un sexagenario juez
penal y vecino suyo por más de diez años. De manera que se
tranquilizó y continuó con las partidas durante unos meses, hasta
que recibió una señal según la cual el otro lado empezó a mover
sus jugadores de manera anormal, como si al individuo que estaba
detrás del monitor le dificultaran operar el código. La partida
llegaba a la jugada 15, con el rey Pelé lesionado (Iván herido),
pero el mensaje continuaba errático, interviniendo una especie de
súper árbitro. El operador del equipo de los prisioneros hizo un
enorme esfuerzo y parecía ganar, hasta que el supereferee expulsó
al rey Pelé (Iván muerto).

Por intuición futbolística, Héctor interpretó que estaban en serio peligro.
Entonces, el intruso de la pantalla expulsó al resto del equipo de
los prisioneros. ¡Ganaban los guardias!

Horas después, la televisión lanzó un avance especial: informaba sobre combates en
la zona sur del Chocó; la cámara mostró el cadáver de Iván. En
su mano derecha empuñaba una pistola Browning y la izquierda se
posaba sobre el computador. Como escalofriante curiosidad la
re¬portera comentó que el jefe guerrillero había sido sorprendido jugando un
partido de fútbol virtual! De esos que practican los adolescentes en
sus Nintendos.

Héctor reconstruyó la escena, al observar la mirada vidriosa de Iván:
seguramente había dejado de posarse en la esfera de fútbol virtual
para tratar de contemplar la de arriba, la del cielo, donde los
gringos mantienen sus otras esferas... las satelitales.

El tiempo del silencio comenzaba.

Reencontrarse con la nada le devolvió un poco la fe. Había fallado nuevamente al
actuar en función de aspiraciones meramente humanas: todo lo que
parecía depender de él se reincorporaba al caos original. Sólo
subsistieron, los hechos y los personajes, en el universo poético
del mago, en forma de verdaderos enigmas.


Libro: El Enviado (Daoloth)